Ella le pidió que la llevara al fin del mundo, él puso a su nombre todas las olas del mar.
Se miraron un segundo, como dos desconocidos. Todas las ciudades eran pocas a sus ojos,
ella quiso barcos y él no supo qué pescar. Y al final números rojos, en la cuenta del olvido,
y hubo tanto ruido, que al final llegó el final.
Hubo un accidente, se perdieron las postales, quiso Carnavales y encontró fatalidad,
porque todos los finales son el mismo repetido. Y con tanto ruido no escucharon el final.
Descubrieron que los besos, no sabían a nada, hubo una epidemia de tristeza en la ciudad.
Se borraron las pisadas, se apagaron los latidos, y con tanto ruido no se oyó el ruido del mar.